COLUMNAS

Blanca García

Marta Tena
COMO AGUA EN MEDIO DE UN DESIERTO
Blanca García Martín
Imagina que estás en un desierto casi sin nada, bueno, solo tienes una botella de agua, un mapa, algo de ropa quizás un acompañante, otros no tienen esa suerte. La misión final es llegar a un oasis aparte de con agua y algo de vegetación también con un pequeño poblado y sus respectivas casas.
Comienzas tu viaje con muchas ganas porque sabes que lo que te espera después es lo que tanto ansías, vas acompañado, para lo bueno y para lo malo. Para alimentarte e hidratarte vas a necesitar la ayuda de más personas, que te vayas encontrando por el camino, en otros lugares e incluso se pueden unir a ti.
¿Hacia dónde voy? Está claro que, al oasis, pero, ¿qué camino elijo? Hay varias maneras: todo seguido casi sin hacer paradas, ni disfrutar del paisaje, compañía de tu acompañante, sin casi hablar ni abrirse, haciendo un par de paradas muy necesarias y entablando una conversación con tu acompañante que pasará a convertirse en conocido y la última y más recomendable, hacer todas las paradas posibles, apreciando momentos, disfrutando del paisaje, valorando lo que tienes y lo que tendrás, abriéndote a tu compañero de trayecto que pasará a ser un amigo y no solo abriéndote a él, abriéndote a los amigos que irás encontrándote por el camino.
Desde mi punto de vista el Erasmus es algo parecido, eres tú solo y a veces vas acompañado de un amigo o compañero de clase, que llega a un nuevo lugar, con un par de maletas. De la misma manera todo el mundo, puede elegir qué tipo de Erasmus vivir, el primero sin disfrutar del trayecto, de los viajes ni de las personas, solo pensando en el objetivo de que se termine todo, el segundo dejándose conocer, viajando, pero no cuaja del todo, es algo a medias y el tercero, vuelvo a repetir que es la mejor opción, dejándote llevar incluso arrastrar, viviendo, disfrutando, abriéndote, viajando, aprendiendo y compartiendo.
Empecé escogiendo el primer camino, llegué triste porque no tenía muchas ganas de irme de España, dejaba muchas cosas que echaría mucho de menos, hasta un día hice click y dije no es por ahí. Cambié de dirección, me abrí, me entregué, disfruté, vivía cada momento como si fuera el último sabiendo que no se volvería a repetir de la misma forma.
Mi Erasmus y mi camino llegaba a su fin… lo que saqué en claro es que gané más cosas de las que perdí, en realidad no gané cosas, gané personas, con las que puedo contar para siempre.
RUPTURA DE UNA BURBUJA
Blanca García Martín
En primer lugar, hay que saber qué es la zona de confort: lugar donde se obtiene bienestar o comodidad material.
Salir de la zona de confort es una de las cosas más complicadas en la vida, desde mi humilde opinión. Desde la zona de confort ves los toros desde la barrera, sigues una rutina, si no te gusta algo lo puedes cambiar en seguida, es todo muy fácil, casi no existen complicaciones. La zona de confort es como estar en una burbuja.
De repente esa burbuja un día explota y tu caes. ¡Menudo golpe! Pero golpe literal y de realidad.
Al principio cuesta levantarse y caminar a otro lugar. Necesitas actualizarte, no quedarte estancado justo al lado de la zona de confort porque no te pasará nada y lo que necesitas es que te pasen cosas.
A medida que te vas moviendo vas creciendo y esto es así. Piensas “mmm… quizás esto de salir no está tan mal, voy a dar otro pasito más”. A medida que das otro pasito, aprendes otra lección. Hasta que llegas al punto que te preguntan “¿oye volverías a la zona de confort?” Y tú dices con una tremenda ironía, que la gente capta a la primera “me muero de ganas”.
De la zona de confort lo único que queda es poco de agua y jabón en el suelo de esa burbuja rota. Porque una vez que sales de esta no quieres volver, no quieres retroceder, solo quieres avanzar y avanzar, crecer. Quieres que te pasen cosas, pero también tienes que hacer para que te pasen.
¿Cómo he podido estar tanto tiempo así? Te dices mientras caminas. Estaba viviendo a medias. Llegas al sitio deseando y sigues hablando en tu cabeza contigo mismo, bueno lo importante es que he salido a tiempo, ahora sueño, rio, vivo, ando, me muevo… y todo con la intensidad deseada y necesaria para cada momento, ya no sientes ni vives a medias y qué importante es eso.
SIEMPRE FUE LA INTENSIDAD
Marta Martín Tena
Dentro de un par de días hace un año desde que terminó la experiencia que rompió mi vida para después reconstruirla sobre una base más sólida que nunca.
Desde el principio todo empezó a regirse por la ley de la causalidad. Una decisión tomada a tiempo desencadenó una sucesión inevitable de acontecimientos que llevarían mi vida hasta un punto de no retorno. Todos esos acontecimientos, tuvieron nombre y apellidos, y todos mis recuerdos llevan su firma grabada. Siempre he sido de las personas que piensan que “todo pasa por algo” y el Erasmus fue la lección que confirmó mi teoría.
No se trató de un proceso gradual, sino que llegó para arrasar con todas mis convicciones, persuadir mis ideas, tumbar mis verdades absolutas, y abrirme nuevos interrogantes sin ni siquiera preguntarme antes.
Resulta un poco osado por mi parte hablar de esta experiencia como una circunstancia más, entendiendo este concepto como un factor externo que intervino en mi vida en un tiempo y un lugar concreto. Definitivamente, no fueron únicamente septiembre de 2019, ni siquiera Hasselt, los responsables de mi metamorfosis. Es un error entender un hecho, como el resultado de la influencia individual de un factor. Es en la relación de todos donde se produce el cambio. Así fue como me convertí en el reflejo de las relaciones que compartí, y cómo el amor y la amistad se presentaron ante mi como nunca antes lo habían hecho.
La intensidad se define como “el nivel de fuerza con el que se expresa un fenómeno”. En este caso, el condicionante del fenómeno, no fue el tiempo, si no cómo y de qué manera lo invertíamos. Partiendo del nivel cero, de relaciones de conveniencia y personalidades edulcoradas, poco a poco decidimos dedicarnos por completo a cuidar y a disfrutar de quienes tuvimos al lado. Es cierto, no vale cualquiera. Puede que las primeras impresiones no sean las mejores, pero son las que te dan la oportunidad de sorprenderte.
Sin quererlo, comenzamos a derribar barreras emocionales y mentales a golpe de conversaciones en zonas comunes, viajes, fiestas, coincidencias inesperadas o sensaciones a primera vista. Lo curioso de todo esto, es que seríamos nosotros mismos los que más tarde intentaríamos levantarlas de nuevo para gestionar mejor el adiós, y los encargados de volver a tirarlas una y otra vez. Construimos relaciones de convivencia a partir de vínculos de empatía. Llegamos a tiempo al momento y el lugar precisos. Juntos. Y así seguiríamos, porque los vínculos de familia, son muy difíciles de romper.
Jamás entendí el concepto retro causalidad hasta que lo viví. Viene a decir algo así como que nuestro futuro está influyendo en nuestro pasado. Supongo que es por eso por lo que no eres capaz de entender a las personas cuando hablan de un Erasmus, si no has vivido uno antes.
Sin que aquellas personas que habían pasado a formar parte de mi día a día, fuesen apenas conscientes, empecé a echarlas de menos antes de tener que irme.
La incertidumbre ante la incógnita de todo lo que vendría después, se enfrentaba día tras día con la ilusión de querer vivir cada minuto como si fuese el último, en un combate en el que íbamos perdiendo. Nos habíamos acostumbrado a dar sin esperar nada a cambio y a recibir en las mismas condiciones. A querer sin condiciones. A escuchar y a ser escuchados. A no ser juzgados. A miradas y formas de reír, que dictan sentencia. Culpable. Mi peor delito había sido acostumbrarme a ellas.
La vida nos estaba quitando aquello que ella misma nos había regalado. Éramos inconscientes, pero felices. Compartíamos las mismas sensaciones, esta vez muy diferentes a las de los primeros días. Nuestras vidas, habían dejado de ser completamente independientes para unirse con algo tan poderoso como la concepción de la felicidad, una que habíamos diseñado nosotros y una que solo encontraríamos cuando estuviésemos juntos. Una que nos unirá para siempre. Echarnos de menos será el precio a pagar por haber decidido querernos. Nunca algo me había salido tan rentable.
Si no me has entendido aun, te invito a vivirlo.
DEJARSE LLEVAR
Marta Martín Tena
Realmente, ¿soy feliz? ¿Estoy haciendo lo que quiero hacer? ¿Soy quien quiero ser? Estas son algunas de las preguntas que han estado presentes en mi cabeza día tras día durante los últimos años, testigos de las constantes bajadas y subidas de mi vida.
Una de las mayores amenazas a las que estamos expuestos hoy en día es el conformismo El problema está en la falta de conciencia ante la existencia del propio problema. A partir de esta idea asumimos todo lo que nos ha ocurrido porque ya es pasado y no se puede cambiar, sin darnos cuenta de que estamos condenando a nuestro futuro a estar siempre condicionado por esa carga, que limita nuestras vidas. En este sentido podemos llegar a sentirnos satisfechos, puesto que apartar algo en el cajón del pasado y dejar de hablar de ello puede confundirse con una falsa superación de los hechos. Creemos que hemos madurado, cuando en realidad estamos renunciando a la posibilidad de darle una oportunidad a nuestro presente de que busque un futuro mejor.
Vivimos en un mundo en el que las decisiones difíciles se han convertido en un hándicap. En el que las personas tienden a escoger el camino fácil, el que menos “problemas” genera. En el que hemos normalizado frases como “ojos que no ven, corazón que no siente”, “aprendes a valorar lo que tienes cuando lo pierdes” … nos lo han repetido tanto que nos lo hemos creído.
Sé de lo que hablo, yo he sido víctima y verdugo de mi misma. De mí, porque en más de una ocasión permití que mi vida estuviese en manos de otras personas. Que decidiesen y hablasen por mí, que mi opinión no fuese prioritaria en mi cabeza, y que mis intereses estuviesen por detrás de los de los demás. Dejé todas mis ilusiones, mi amor y mi felicidad en las manos equivocadas. Me olvidé de mí. De lo que me hacía disfrutar, reír y soñar. De mis motivaciones y mis metas.
Así fue, como yo, totalmente ajena a todo esto, llegué a mi Erasmus. Es entonces cuando la vida me regaló la oportunidad de disfrutar de mí. Podemos interpretar la vida como todas esas personas que te la dan. Esas personas que te permiten vivirla como tú quieres, y quieren compartirla contigo sin perderse absolutamente nada, porque saben lo que tienen, y lo valoran. Tras años viviendo en un contexto con personas aferradas a la ley del mínimo esfuerzo, fui consciente de que no es necesario perder algo para saber su valor, porque si te importa de verdad, no te permitirás jamás el lujo de perderlo. Que lo importante no es solo querer algo, si no cuidarlo y respetarlo todos los días. Que todos nos merecemos personas que nos sumen, nos motiven y nos hagan volar. Que somos únicos en el sitio correcto y siempre seremos uno más en el equivocado.
Un erasmus revoluciona tu zona de confort. En el erasmus lloré, conocí, me emocioné, reí, sufrí, sentí, me ilusioné, me equivoqué y me encontré. Me encontré a través de personas que quitaron la venda que yo misma había colocado en mis ojos, que me enseñaron una forma diferente de querer, en la que me sentí y me siento protegida. Pude con seguridad, y bien acompañada comprobar que había mucho más allá de los límites que yo misma había pintado a mis propios horizontes. Fue cuando me dejé llevar, cuando empecé a disfrutar.
El orden de prioridades de una persona que emprende esta aventura no es el mismo cuando la finaliza. En el erasmus todo es posible, si quieres, quieres y puedes con todo, porque contigo siempre van a estar las personas que te supieron ver cuando tu no lo hacías. Y eso, es para toda la vida.